Aplicando la vieja máxima punk del “Háztelo tu mismo”, Artic Monkeys ha prescindido de los cauces promocionales habituales, osea, de las discográficas y ha hecho saltar la banca convirtiéndose en poco más de un año en el ‘número uno’ más rápido de la historia del pop británico, gracias a las 120.000 copias que vendió el primer día que llegó a las tiendas.
¿Cómo lo han conseguido? Pues de la manera más facil. Regalaban su música en conciertos y la distribuían vía Internet. Ya habían tocado en Japón antes de publicar su albun gracias al intercambio de sus canciones por email.
No está mal para unos chavales de apenas 20 años y que hace dos no sabían tocar. «Seguro explica el cantante y letrista Alex Turner, hay mucho de absurdo en todo lo que está pasando. Nunca hemos tenido un plan maestro. Internet ha ayudado, pero todo sigue siendo cuestión de canciones. Cuando llegamos al número uno, fue como si hubiera que buscar una explicación para lo que había pasado. Veíamos a gente teorizando en ‘Sky News’ o ‘The Economist’ sobre nuestro uso de la Red y alucinamos».
«Todo ha sido más natural de lo que se cree», asegura el batería Matt Helders en torno al boom generado por un grupo que, para variar, surgió por el viejo método del boca a boca en lugar de la habitual fábrica ‘vendedora de motos’ que suelen tener a su servicio la industria y la prensa musical británicas. «Solíamos ir a ver a tocar a bandas desconocidas que luego vendían sus discos por tres libras. Y pensábamos: ‘pero, ¿quiénes se creen que son?’».
«Decidimos regalar demos en nuestros conciertos. Alquilábamos un estudio un día, grabábamos tres temas y nos tirábamos toda la noche haciendo copias para luego dárselas gratis a la gente. Poco después vimos cómo los chavales se peleaban por conseguir una en los conciertos. Más tarde, las canciones empezaron a aparecer en Internet y la gente comenzó a bajarlas de nuestra web o a pasárselas por e- mail», recuerda Alex.
«Primero logramos llenar el Forum de Sheffield con gente que no eran nuestros familiares y amigos -prosigue-. Luego, cuando comprobamos que comenzaban a saberse nuestros temas sin siquiera haber grabado y veías a todos aquellos chavales locos tirándose desde el escenario, empezamos a preguntarnos: ‘¿tío, qué coño está pasando?’. Al final, todo es cuestión de canciones».
«Es bonito que me comparen con Jarvis Cocker, Paul Weller, Morrissey, pero no sé si hay mucha relación. Los Smiths u Oasis son las únicas bandas a las que escuchábamos desde que empezamos. Yo diría que nuestro sonido tiene que ver con las guitarras de Oasis, pero con un beat debajo que te hace bailar. Pero ha ido cambiando a medida que oíamos cosas, mejorábamos como músicos y probábamos fórmulas. Unos temas nos han llevado a otros. Las bandas clásicas siempre han sido una referencia, pero el grupo sirve también de punto de encuentro de un espectro distinto de gustos musicales. Podemos pasar de Queens of the Stone Age a System of a Down, Deftones, Dizzie Rascal, Kings of Leon, Black Keys o The Streets, o cosas de hip hop que a mí siempre me han gustado, como Roots Manuva, Cypress Hill o los rapers de sellos como Rawkus o Lowlife. Después tratamos de volcar todo eso en una canción de Artic Monkeys a partir de un groove, sea una línea de bajo o una guitarra heavy».
«Es todo un proceso que hemos ido aprendiendo», puntualiza Matt en referencia a sus aún cercanos comienzos. «Lo primero que tuvimos fue el nombre, antes incluso que las guitarras. Nos las regalaron a Jamie y a mí en la Navidad de 2001. Jamie quería tener una banda con ese nombre y empezamos cuando aún estábamos en el instituto. Después vinieron Andy y Matt. No sabíamos más que dos acordes, así que nos pasamos más de un año ensayando sin parar. Recuerdo que solíamos intentar sacar temas de Oasis y de White Stripes, porque eran sencillos y sonaban más o menos decente. Pero decidimos no tocar hasta que sonora bien. Empezamos por locales pequeños de las afueras y después todo se disparó».
Cuando Artic Monkeys desembarcaron en festivales como Leeds o Reeding, el pasado mes de septiembre, aún no tenían disco, pero sus temas ya eran bien conocidos, sus primeros EPs gratuitos se subastaban en Internet por un pastón y el grupo había firmado un sustancioso contrato con Domino. «Fue el último sello que se interesó por nosotros, pero firmamos con ellos porque nos gustan las bandas que tienen en su catálogo y tampoco se puede decir que lo hayan hecho mal con Franz Ferdinand, no?».
Puede que, según el calendario chino, estemos en el año del perro, pero, por lo que a música respecta, éste va a ser el año del mono», declaraba al diario ‘The Guardian’ un portavoz de la cadena de tiendas HMV el mismo día en que semanarios como ‘The Economist’ les situaban como los catalizadores del advenimiento de una nueva era para el pop. Y sí, ya iba siendo hora de que algo empezara a cambiar. Esperemos que nos se quede en una simple anecdota.
Vía: El correo